Eres mi segunda estrella a la derecha. Esa a la que de
pequeños todos volamos, con campanilla y su polvo mágico de hadas, aquel lugar
donde refugiamos nuestro inocente corazón de niño, donde se posan nuestros
tiernos ojos melancólicamente abiertos al presente, sin saber el futuro que les
pueda esperar, sin preocuparse por absolutamente nada, tan sólo contemplando el
tililar del astro, su luz, su brillo, su magia. Y cuando tus dedos se posan
sobre mi mejilla, apartándome el pelo de la cara, te aseguro que me elevo
contigo hacia el cielo y vuelvo a ese paraíso encantado, donde todo es posible
y nada es descabellado, donde somos capaces de luchar contra los piratas más
fieros. ¿Te imaginas poder estar allí día tras días? Seríamos los amos del
mundo, nada nos asustaría, esta cruda realidad que a veces se nos asemeja
“vida” no sería más que un triste juego “de mayores” y tú y yo, moveríamos los
hilos. Seríamos como críos en una casa de muñecas. ¿Te imaginas…?
Yo no me imagino, me cansé de inventarme mundos perfectos,
idealismos irresolubles, planes inalcanzables, tan sólo para acallar mi
amargura interior. Desde que has llegado, no tengo necesidad de
teletransportarme a cuentos de hadas con un final marcado por perdices, no
necesito de juegos, fábulas o varitas mágicas que me concedan deseos. No,
porque tú en ti mismo, eres mi historia de amor personalizada, el relato que
necesita mi yo de 3 años interior y el futuro del mañana de la mujer de 21 años
que seré.
¿Crees que exagero? Mírame a los ojos y dime si lo que callo,
acaso no es más potente que lo que escribo. Pues quienes me tildan de romántica
empedernida, de soñadora sin almohada, cuando me preguntan por ti tras haber leído mis moñerías, en ese
momento, cuando por unos segundos mi corazón se paraliza recordando tus ojos,
en esos instantes en los que mi nuca se eriza por recordar su aliento
hablándola, tus manos en mi espalda, tus labios en mi cuello, tu sonrisa con
espuma de cerveza riéndome… Ahí, sólo con ver mi mirada de enamorada, todos
pueden comprenderlo por un momento y volver, así, como cuando eran niños, al
mundo de Peter Pan que todos inventamos.