En los folletos de hotel siempre mienten. Yo había escogido
una habitación individual, para mí sola (porque para mi cansada alma no hay
lecho que valga), pero cuando he llegado, joder, ahí estaba la prueba viviente
de que tú sí que no estabas: dos camas. Que sí, que ya sabía que no iba a
encontrarte aquí, pero no hacía falta que me lo recordaran de forma tan gráfica
y sin previo aviso. Porque duele, ¿sabes?, duele mucho despertarme en mitad de
la noche, buscarte desesperada entre las sábanas, destrozarme las huellas
dactilares por frotarlas contra las sábanas como si de una lámpara mágica se
tratara y un genio fuera a salir de ellas para concederme el mayor deseo de mi
existencia: que vengas, que estés, que me mezas entre tus brazos, que en vez
ovejas cuente los lunares de tu espalda, para que tu olor sea mi cloroformo y
me lleve al mundo de los sueños, esos sueños en los que tú y yo somos eternos
en la misma quietud y perfecta forma en la que yo te recuerdo, con esa pícara
sonrisa que se me atraganta entre los “te quiero” que susurro a las brumas de esta noche oscura y gélida;
porque sólo ellas me escuchan, sólo ellas, noche tras noche, contemplan mi
agonía, mi melancolía, los sorbos que segundo a segundo arrebato al vaso de
plástico hasta los bordes de ese elixir que prometen mata neuronas; y yo me
pregunto, por qué coño no mata las del amor, las del recuerdo, para no hacerme
tanto daño, porque cuanto más etílica estoy, en mis alucinaciones más te siento
y mi corazón me bombea alcohol y romanticismo hasta mis oídos que palpitan,
creyendo que tú me llamas en otra habitación oscura, con dos camas como las
mías, deseando que yo esté ahí, arañándote la espalda, soplándote en la nuca,
follándote y haciéndote el amor al mismo tiempo.
Pequeño, dime que todo esto es un mal sueño, la resaca de un
amor pasado no correspondido del que a veces, aún mis papilas gustativas se
nutren, formándome pesadillas, acechándome cuando mi alma está más débil, donde
tus manos no pueden recogerme ni tus labios reconfortarme. Despiértame, zarandéame,
hazme cosquillas o lo que haga falta: estoy dispuesta a caerme de la cama. Pero
por favor, no me dejes en esta siniestra quietud donde nada cambia, donde tú no
entras por la puerta, donde hay dos malditas camas.
-Mi niña, despierta.
El sol ya entra por la ventana y llama a tus párpados ¿Notas mis dedos en tu
mejilla? La tienes húmeda, cariño. ¿Qué te ocurre?
…¿será tu voz que me llama?
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