miércoles, 10 de julio de 2013

Vida.

Hemos olvidado nuestra condición de seres vivos. Tenemos tantos objetos que se mueven, tantos aparatos que nos hablan, tantos muebles mullidos sobre los que apoyarnos, que hemos olvidado que todo eso no es vida. No, la vida es mucho más allá. No me vale la analogía de la mente-ordenador, no me va eso de que el cuerpo es como una máquina y los médicos ingenieros. En absoluto es así. Estamos menospreciando nuestra propia magia y la de toda la vida que nos rodea en este maravilloso planeta. Nos creemos que dependemos de una papelitos de color verde, azul o lo que sea. Bueno, quizás algunas mierdanecesidades creadas sí dependan de ellos, quizás nos creemos que aquello que hace latir nuestro corazón sólo puede comprarse: comida, una casa, medicamentos, ropa...

Y lo que realmente necesitamos es tan simple, nos llena tantísimo y nos hace vibrar de tal forma, que ni siquiera nos percatamos de que ahí se encuentra. Respiramos, segundo tras segundo, el aire nos invade; el latir de nuestro corazón, poderoso, metafórico de lo más grande y bello de este universo: el amor; nos nutrimos, nuestras células viven de una forma milagrosa. Y todo ello tiene sentido porque existe el azul del cielo, porque sentimos el calor del sol en nuestros hombros, una sonrisa amable por la calle, un abrazo inesperado de un amigo al que te encuentras en la esquina donde quedabais siempre; un beso tierno, infantil y apresurado en la mejilla que hace que el café se derrame por la mesa; pintar, escribir, hablar, tener personas a las que poder decir "te quiero" aunque no lo hagas porque tus ojos hablan los que tus labios callan, tener la certeza absoluta de que tus padres darían su vida por ti de la forma más generosa y preciosa que existe.

El calor de una manta y unos brazos rodeándote por detrás, apretujados en el sofá, hablando del futuro, del olor de su cuello, de la VIDA. Un bebé que sonríe a su hermano mayor, una pareja de recién casados, una anciana que se encuentra en paz consigo misma.

El sabor de los tomates de huerta, el olor de la sal del mar, el arena que se te mete entre los dedos de los pies. Las sardinas asándose en las barcas a la orilla del mar y tú paseando con la sonrisa en el rostro.

El gesto torcido de dolor en la cara de un niño en el hospital que se ve disipado por una joven que entra con regalos y amor para él. Y la paz de sus padres al ver que, a pesar de todo, su hijo es feliz.

Un cuadro recién nacido de las manos de un pintor que se rebeló ante todo para conseguir su sueño, aunque tuviera que vivir entre cartones un año entero.

Simplemente, dar un paseo, sentir tus músculos moverse, saborear el Mundo.

Señores, se nos olvida que, para vivir, primero hace falta VIVIR.

domingo, 28 de abril de 2013

Si sale el sol, me follo tu Adiós.

El sol acaricia mi piel lentamente a través del cristal; mis ojos se ciegan parcialmente y cierro los párpados, como si un beso tuyo volviera a cerrarlos; música en mis oídos a través de enormes cascos morados, versos que se confunden con mis pensamientos en forma de primavera para ti; en pequeños desvelos vislumbro los campos verdes que hay justo después de la facultad: quién diría que estoy a sólo 10 minutos de la colmena de Madrid. Nos imagino rodando por esas colinas, tú regalándome una margarita y yo, soplando un diente de león en el que pedir que todos los pétalos digan "Sí". Pero hasta las margaritas tienen la fecha de caducidad marcada. Y la nuestra murió, como en un invierno gélido lleno de despedidas que se convirtieron en rutina, no permitiéndome ver más allá, creyéndome en continua historia de amor sin final. Pero el otoño pasó y acabó, como todas las estaciones, y todas nuestras flores murieron, toda nuestra luz se marchó. Y en cada día de diciembre te escribí una carta, en este mismo trayecto que ahora realizo, mirando por la ventanilla del tren, sintiéndome desnuda y fría, como la escarcha sobre el esqueleto de los árboles muertos. Así sentía yo que estaban: muertos como yo desde que te fuiste con mi corazón en una mano y ninguna explicación en la otra. Pero la vida siempre vuelve y aquí, otra vez, recordándome que puedo sobrevivir (aún  no me he acostumbrado a vivir, vayamos por pasos) y que, aunque esta primavera se me asemeje igual a aquella en la que te besé bajo un cerezo en flor, no es la misma.

Ya he llegado a la estación: por poco me quedo dormida. Y entonces mi cuerpo se activa, todo mi yo se pone en funcionamiento. Miro a mi alrededor y nadie parece notar nada raro en mí, aunque yo me siente como una autómata. Qué bonito es soñarte de día, no necesitar esconderme en la oscuridad de las noches en las que te gritaba y me rajaba la vida plasmándola sobre un papel. De día todo parece algo más fácil, algo más cálido, algo más lleno de tu ausencia. Y eso me reconforta, porque aunque no estés, esta distancia se ha convertido en mi compañera de viaje. Será porque no he buscado a alguien que la sustituyera; no, qué va. Pero es que tú me hiciste el amor y eso, eso ya no hay nadie que pueda deshacerlo. Digamos que yo no quiero a alguien que me vuelva a enamorar, sino a alguien que me desenamore de ti. Y ya que estamos, que me enamore un poquito más de mí. 


Ahora tengo que meterme en el metro. Lo odio. Es un hueco oscuro, vacío, y encima intentan hacer como si no lo fuera con todas esas lucecitas cegadoras. Mis ojos chisporrotean, alguien me empuja. Joder, yo quiero la calma de tus brazos.


Saco las llaves, subo lentamente las escaleras. Huele a garbanzos, a casa. Y de alguna forma, efluvios de ti. Será que llevo tu fragancia pegada a mi piel. No, espera: eres tú. ¿Dónde estás? ¿Has estado aquí? Corro, me ahogo: tercero, cuarto, quinto... y por fin. Tú tendrías que estar aquí. Bueno, a veces las ganas me juegan una mala pasada. Vuelvo a respirar: hay que continuar.


Entro y está Katie cantando en la cocina, David Bowie y la pasta al pesto la acompañan. Cómo la quiero: su vitalidad, su energía, su sinceridad, sus empeños por follarse al mundo sin condón. Sonrío y, por un momento, me doy cuenta de mi propia piel, de mis límites y de lo que realmente me apetece: bailar. Así que dejo las llaves en el recibidor y la chaqueta resbala por mi cuerpo hasta llegar al suelo. Y entro y la veo, rizos pelirrojos surcando el aire, y me uno a ella. Me mira, con ojos brillantes, pecas en las orejas. Y de repente, atisbo una mota de dolor en sus ojos verdes.


-Kat, ¿pasa algo?


Baja las pestañas, apaga la radio. Callada, recupera la respiración poco a poco. Alza la vista, serena y calmada, aunque miedosa. Lentamente, acerca sus manos a las mías y las aferra con fuerza, como un amante a punto de pedir perdón.


-Cielo, tengo que contarte una cosa... Ha estado aquí. No me ha dicho mucho, pero te buscaba a ti.


Mi corazón se para, el mundo se nubla, la sangre golpea mis sienes. Arcadas, arcadas de las palabras que llevo tanto tiempo callándote, que no me permitiste gritar a tu nuca alejándose. Versos de segundos alimentándome de sueños frustrados, orgasmos de noches en las que no te hice el amor a ti, pero pensé en cada segundo en tus clavículas.


-¿Cómo? Pero, ¿cuándo ha venido? ¿Qué te ha dicho? Joder, Katie, cuéntamelo. ¿Hace mucho que se ha ido?


Me doy la vuelta, tropiezo con mis propias promesas de nunca más suplicarte. Recojo la chaqueta, me topo con el miedo y la incertidumbre. Katie me abraza por detrás:


-Por favor, no vayas. Te he visto llorar por todas las partes de tu cuerpo estos últimos meses, temblar a cada paso. Te has superado a ti misma, poco a poco has dejado atrás ese Pasado en el que naufragaste. Por favor, no te hagas esto.


Me rebelo, pataleo como una niña pequeña. Y lloro, exploto. ¿Sabías que por fin estaba consiguiendo andar sin que nada músculo de mi cuerpo me partiera en dos de dolor? ¿O es que te has enterado de que me he tirado a media ciudad y vienes a hacerme sentir como una mierda?

Me giro y Katie me abraza: hundo la cabeza sobre su pecho y le empapo el pelo.

-Sólo me ha preguntado qué tal estabas. Lloraba, creo que está metido en un lío serio. Me ha dicho algo de una chica y un camello. Va a intentar hacer como siempre, usarte de ancla y luego, se volverá a ir.


Lloro amargamente. A través de la ventana, un rayo de luz repta por mi espalda: siento su calor yendo hacia mi nuca. Respiro, tomo una gran bocanada de aire y me incorporo:


-Katie, déjame ir, por favor... No puedes decirme esto y pretender que no haga nada.


-No, peque, más bien al contrario, pretendo que hagas algo muy grande: dejarle ir por fin. Yo estaré a tu lado, te lo prometo.


Y entonces, como ocurre siempre con los hechos inesperados: que tú volvieras, creó una cadena de acontecimientos aún más inesperada. Y en dos minutos, sin saber cómo, estoy esnifando el olor del cuello de Katie, mordiéndole los labios, mezcla de sal, rencor y amistad. Y ella me agarra el pelo por la nuca, me aprieta contra su cuerpo. Y yo lo siento firme, cálido, distinto, nuevo. Encuentro sus vientre lleno de color, de placer.  Como en las películas de amor que tanto odio, dejamos un rastro de ropa hasta su habitación. La tumbo con agresividad sobre la cama, me abro a horcajadas sobre ella y ella me agarra de las caderas, me atrae mientras incorpora la cabeza: y su lengua me roza, me lleva al éxtasis. Y por un momento sólo estamos ella y yo: te hemos echado a patadas del corazón, del sexo, del amor. Esta cama es demasiado pequeña para tres.


Nos quedamos abrazadas, sudorosas, pegadas. Ella me acaricia el pelo y siento correr sus lágrimas sobre su bello rostro. Entonces confiesa, un amor prohibido sale de su boca y la siento más desnuda que nunca. Se levanta sin vergüenzas, sin prejuicios, sin Pasados que esconder y me enseña su diario: tiene 192 cartas para mí. Y ambas derramamos más ternura sobre ellas, las mojamos de ambrosía y dolor.


Mañana será otro día.




Gáname tu Ausencia

A veces tu ausencia
me da de lleno en el estómago,
golpe mortal fabricado a través
de noches soñando tu pelo,
de besos al aire, de susurros
sin cauce.

Entonces me ahogo y te llamo,
a ti, con el último soplo de
aire, que no de Vida, no;
porque Vida eras tú, de la
cotidiana, la de detalles
tendidos en las cuerdas del patio.

A veces consigo recuperar el
aliento justo en el último
instante, en que a punto
estoy de rendirme ante tu
ausencia eterna. Justo entonces,
en alucinaciones de poesía mortal,
tu luz se me aparece, mis
manos sienten de nuevo tu tacto.
Y así consigo amanecer otra mañana,
sin ti y llena de tu Nada.

Sin embargo, a veces deseo
fervientemente que, por fin, 
tu no estar me gane la batalla
y yo pueda, en pérdida absoluta,
derrumbarme ante tu recuerdo.

lunes, 22 de abril de 2013

Carta a un amor miliciano anónimo.

Querido Amor:

No sé muy bien cómo hablarte, cómo escribirte. Hacía mucho tiempo que no me paraba y me sentaba un momento a escribir una carta. Hoy en día parece que nos cueste parar, como si cada minuto en que no estamos haciendo algo productivo, proporcionando beneficios, haciéndonos valer de cara a los demás, no fuéramos Nadie, perdiéramos nuestra virtud o lo que nos identifica como seres humanos. Es como si tuviéramos miedo de decir "Ya basta", frenar por un segundo, sentirnos nosotros mismos; ya no sabemos estar a solas con nuestros pensamientos, recuerdos y sentimientos. ¿Tenemos miedo de lo que podamos descubrir? Puede que, si nos asomamos lo suficiente hacia nuestro interior, acabemos cayendo en nuestro propio vacío, esa Nada llena de cosas, objetos, de la que nos hemos ido alimentando cada día. Y aquí estoy yo, de nuevo, bailando a veinte pasos de distancia de lo que realmente quiero decirte, escudándome en reflexiones sociológicas, en palabras lacras de significado vital. Sin embargo, tengo un motivo; tú sabes cuál es, Amor, porque mi único motivo siempre serás tú.

¿Sabes lo que hay ahora mismo dentro de mí? Un universo, un universo infinito replegándose sobre sí mismo, comiéndose en agujero negro, devorándome. Toda mi luz, toda mi energía, se desvanece a cada segundo que pasa. Tú eras el centro de mi cosmos, el Big Bang de mi vida. Todo lo que sostenía mi mundo, se ha venido abajo en cuanto te has marchado. Fue una caída brutal, desde lo más alto de las nubes, hasta el magma más caliente y destructor. Me he fundido con tu pérdida, me he convertido en aire.

Cuando me asomo a este abismo tan sólo tengo certeza sobre aquello que mi pluma se empeña en negar: esto es real. Tu ausencia no es una pesadilla, mi dolor no va a responder a ningún analgésico. Y aun hay otra cosa que tengo más clara: que nuca jamás voy a volverte a ver. Será lo malo de ser atea, o no. Tu alma se ha marchado y se lo ha llevado todo con ella. Yo solía pensar que las personas vivían eternamente en nosotros pero, ¿cómo voy a respirar por dos si apenas puedo hacerlo por mí misma? No puedo nombrarte, a duras penas puedo escribirte.

Solía creer que lo peor que podía ocurrir era que dejaras de amarme, pero la Vida siempre nos guarda lecciones hechas a nuestra medida. Me dan ganas de gritar bien alto que ya está bien, que ya he aprendido. He muerto, la única diferencia es que yo puedo escribir mi propio epitafio y puedo escoger mi tumba.

No los negaron todo, siempre fuimos a contracorriente, valiente golondrinas de Bécquer. Nos hemos reído en la cara de las falsas y absurdas normas moralistas, hemos vivido haciendo de nuestra cama nuestra Patria y lanzándonos proyectiles de orgasmos. Siempre nos la tuvieron guardada y esa bala tenía tu nombre puesto. Y el mío.

Ya no tengo miedo, voy a cara descubierta. Voy a escupirles todo lo que pensamos y dijimos, voy a decir la Verdad, la gente te conocerá y te amará tanto como yo lo he hecho (lo hago). Tú me dijiste que la muerte nos separaría y yo te dije que siempre seríamos eternos. Nuestra historia, será recordada. La fuerza de nuestro amor va a derruir los cimientos de este país podrido, se ve van a tambalear tanto que no tendrán otra que contar, de una vez por todas, con nosotros.

Estos ya no son mis motivos, ya no es mi lucha. Pero sí será la de nuestro amor, un amor que consiguió florecer entre el estiércol, que nos dio Paz y Esperanza. Tú eras mi motivo, Amor, pero de nosotros se forjarán los motivos de todos. Al cavar tu tumba, se cavaron la suya también. Yo me encargaré de ello. Cuando no tienes nada, puedes enfrentarte a todo.

Te escribo esta carta desde el infierno, reconciliándome con mi intimidad, con mi mano sangrante, con mis sentimientos. Estoy bailando un vals con la muerte y la destrucción, enfrentándome a aquello que tengo guardado para ti. ¿Por qué tendría tanto miedo de hablarte? Sí, sé que no estás aquí pero, de alguna forma, mis entrañas sí te sienten.

Tan sólo quiero decir que te echo muchísimo de menos y que, aunque te arrancaran de mis brazos, nunca podrán separarnos. Esa sociedad es tan fría, está tan comida por el dinero, que ha olvidado lo poderoso que es el Amor Verdadero; y las palabras. Con nuestra palabras vamos a enmudecer sus cañones. Hablaré por ti, no te preocupes. Siempre voy a estar atenta a lo que tú hubieses dicho. Pero hay una cosa a la que jamás podré llegar, tú estabas a años luz de mí en eso: tu Inocencia. Creías, de verdad lo hacía, desde el buen corazón que tienen los niños. Eres mi pequeño grande, la mayor ilusión de mis 'Buenos Días'. Y aún lo eres.

Te despido, mi Amor. Estas manos ya no están hechas para la pluma con la que solía describirte en versos. Mis manos, ahora, se van a dibujar tu nombre en las calles. Ojalá pudieras verlo.

Como sentencia la canción: "Ya somos inmunes, ya somos eternos".

Te amo, miliciano.

Gramática del Amor: Tú y yo pluscuamperfectos

Hay personas de las que no puedes
escribir en según qué tiempos verbales.
Así que aquí estoy yo, reinventando
la gramática a ver si aún hay algún futuro
en el que tú y yo existamos juntos.

Era bonito cuando estaba intacto.
Es sublime ahora que está destrozado.

Eres precioso en formato foto.
Serás inefable en formato recuerdo.

Éramos... y y no conjugaste más.

Mis ojeras son versos de sueños
en los que tú eras Pesadilla y aún así,
fue mi única forma de estar contigo.

jueves, 18 de abril de 2013

Eres tú...


"Siento que si no estás no corre el viento.
quizás afuera sí,pero no dentro de mí".

Eres tú nunca el fuego destructor.
Eres tú la llama incesante que me hace renacer como el ave fénix de sus cenizas.
Eres tú el soplo de tus labios en mi oreja, el aire de Libertad, el grito que se me atasca en la garganta pidiendo más.
Eres tú el jadeo de la prisa en el caminar, de alcanzar un horizonte juntos.
Eres tú mi ilusión, aquello por lo que luchar hoy y siempre.
Eres tú la sonrisa que refleja el Sol, de la que penden todas mis esperanzas, mis sueños.
Eres tú el escalofrío que me recorre el cuerpo cada vez que posas tu mano sobre mi nuca.
Eres tú la Primavera hecha verso en los labios de Salinas.
Eres tú la luz que hace que mis esperanzas brillen.
Eres tú la sal en mi piel, lo que me da fortaleza y ansias, ansias de comerme el mundo contigo.
Eres tú el iris del Mundo, de mi Mundo, la razón de no sólo existir, sino también ser. De ver más allá.
Eres tú la risa de todos y cada uno de los niños, la inocencia de la esencia del ser humano.
Eres tú bondad, calma, ternura, alegría.
Eres tú los cuentos de generaciones pasadas que el Viento lleva en sus Estes y sus Oestes.
Eres tú la historia que quiero escuchar cada noche.
Eres tú el Amor de mi Vida. En el más amplio sentido de la expresión. Das Vida, no soy nada sin ti. O más bien, podría serlo, pero no quiero. Todos mi anhelos llevan tu firma, cada célula de mi cuerpo palpita por ti, por el roce de tu pelo con olor a zumo sobre mi nariz. Eres tú cada mínimo detalle que nadie aprecia pero que otorga belleza. Eres tú respirar. Eres Amor. Eres infinito, inefable. Eres pestañeo tras pestañeo, soneto puro. Eres sin Palabras, porque a ti no te hacen falta. Eres Miradas, eres el nudo en la garganta de emoción. Eres las mariposas en el estómago. Eres lágrimas de felicidad. Eres familia, hogar.

Tiempo. Se dice ponto. Y sí, es verdad, pronto si avisto el futuro contigo, el que quiero que construyamos juntos.
 Ardo en pasión por ti, muero de amor. Y es lento, dulce, gozoso. Me derrites, cada segundo, mi corazón se amolda más a ti, mis brazos tienen la forma de tu cuerpo, de tu sonrisa.
Ten en cuenta los esfuerzos que hago día a día por demostrarte lo que siento por ti. Lo que te pienso. Lo que te sueño, te imagino.
Mis anhelos claman tu presencia.

Te amo, por encima de todas las cosas.

martes, 2 de abril de 2013

Recuerda quién eres.

Abro los ojos lentamente, a pesar de que no hay luz que pueda cegarme; pero sí la realidad, la realidad de que vuelvo a estar aquí, en esta cama de tersas sábanas blancas, reclinable, con ese particular olor a desinfectante, a estéril, con la aguja debajo de mi piel. Sin embargo, ya no lo siento como un lugar extraño, sino en parte como "mi hogar". Cuánto pueden cambiar nuestras percepciones, nuestros sentimientos, en función de las personas que tengamos alrededor, de cómo nos traten y cómo los tratemos nosotros a ellos. Sí, claro que hay momentos en los que me canso, en los que la rabia inunda mi almohada y la desesperación mi alma; si no fuera así, no sería humana.
Pero entonces, paro. La vida va muy deprisa, el mundo no espera a nadie, pero no por eso hemos de dejarnos a nosotros mismos detrás. Es necesario frenar, observarse a uno mismo, respirar, volver a sentir, a sentirte pleno con todos tus recuerdos, músculos y deseos. La Esperanza más importante, más vital, se nutre de nuestro interior, nace de nosotros mismos. Entonces me miro, físicamente. Primero, los pies: cuánto habéis caminado ya y cuánto os queda por delante, a no ser que decidáis no dar un paso más; ¿es eso lo que queréis?, lo dudo mucho, los pies estáis hecho para andar, para correr, para sostener la vida entera si es necesario. Mirad hacia atrás, preciosos míos, ¿veis todas esas huellas en el sendero? ¿cuántas direcciones habéis tomado ya? Prometo guiaros como mejor pueda y sepa, sé que yo puedo confiar en vosotros. Después, las manos: chiquitinas, ¿cuántas caricias habéis dado? ¿cuántas más os gustaría dar? Tenéis un poder maravilloso, podéis recorrer el cuerpo y el rostro de las personas que más amáis, podéis escribir, crear arte, innovar, trepar... Vamos, vosotras no estáis hechas para rendiros. Sabéis aferraros con fuerza, incluso en los primeros momentos de vuestra existencia, estabais preparadas para no caer. Y ahí, sujetándoos, están los brazos: cuántos cuerpos habéis estrujado, ¿cuánto mundo queréis abarcar? Sé que a veces pensáis que sois demasiado cortos y que nada podéis alcanzar, atrapar. Os equivocáis: vuestro tamaño nada tiene que ver con vuestro poder; vuestra capacidad reside en el sueño que quieran cumplir, la meta a la que llegar. Yo os ayudaré a llegar a ello siempre, no os alarméis cuando os sintáis diminutos, como ahora. ¿Y cómo soy capaz de todo ello? Porque tengo ojos, unos ojos que han visto personas maravillosas, paisajes de ciencia ficción, milagros, sonrisas, felicidad. Unos ojos que me permiten echar la vista hacia atrás, percatarme de cuánto he avanzado y el el horizonte que queda por recorrer. Y unos ojos que encuentran su boca, sus labios, y me recuerdan a los míos, y que puedo besar los suyos y seguir dándole mordiscos a la vida, saboreándola en miles de facetas.

Sí, hoy descanso, hoy hago una pequeña pausa. A veces, es necesario; ello no significa que me haya rendido.

lunes, 25 de marzo de 2013

Desde que tú..

Desde que tú estás en mi Mundo,
yo ya no estoy;
porque mi sombra se ha transformado
en la tuya
al ir siempre detrás,
siguiendo tu efluvio, tu guitarra,
tu Amor.

Desde que tú eres,
yo sólo soy
en la medida en que tus manos
me tocan;
mi cuerpo ha ido haciéndose
mientras tú lo has descubierto
con mordiscos, miradas, besos y abrazos.

Desde que tú vives,
yo ya no muero
por tener una musa,
la Poesía hecha carne y alma,
mis manos guiadas por tu voz.

Desde que tú me amas,
yo sólo sonrío
y espero que, algún día,
comprendas cuánto te amo yo.


sábado, 23 de marzo de 2013

Será tu voz que me llama...


En los folletos de hotel siempre mienten. Yo había escogido una habitación individual, para mí sola (porque para mi cansada alma no hay lecho que valga), pero cuando he llegado, joder, ahí estaba la prueba viviente de que tú sí que no estabas: dos camas. Que sí, que ya sabía que no iba a encontrarte aquí, pero no hacía falta que me lo recordaran de forma tan gráfica y sin previo aviso. Porque duele, ¿sabes?, duele mucho despertarme en mitad de la noche, buscarte desesperada entre las sábanas, destrozarme las huellas dactilares por frotarlas contra las sábanas como si de una lámpara mágica se tratara y un genio fuera a salir de ellas para concederme el mayor deseo de mi existencia: que vengas, que estés, que me mezas entre tus brazos, que en vez ovejas cuente los lunares de tu espalda, para que tu olor sea mi cloroformo y me lleve al mundo de los sueños, esos sueños en los que tú y yo somos eternos en la misma quietud y perfecta forma en la que yo te recuerdo, con esa pícara sonrisa que se me atraganta entre los “te quiero” que susurro a  las brumas de esta noche oscura y gélida; porque sólo ellas me escuchan, sólo ellas, noche tras noche, contemplan mi agonía, mi melancolía, los sorbos que segundo a segundo arrebato al vaso de plástico hasta los bordes de ese elixir que prometen mata neuronas; y yo me pregunto, por qué coño no mata las del amor, las del recuerdo, para no hacerme tanto daño, porque cuanto más etílica estoy, en mis alucinaciones más te siento y mi corazón me bombea alcohol y romanticismo hasta mis oídos que palpitan, creyendo que tú me llamas en otra habitación oscura, con dos camas como las mías, deseando que yo esté ahí, arañándote la espalda, soplándote en la nuca, follándote y haciéndote el amor al mismo tiempo.
Pequeño, dime que todo esto es un mal sueño, la resaca de un amor pasado no correspondido del que a veces, aún mis papilas gustativas se nutren, formándome pesadillas, acechándome cuando mi alma está más débil, donde tus manos no pueden recogerme ni tus labios reconfortarme. Despiértame, zarandéame, hazme cosquillas o lo que haga falta: estoy dispuesta a caerme de la cama. Pero por favor, no me dejes en esta siniestra quietud donde nada cambia, donde tú no entras por la puerta, donde hay dos malditas camas.

-Mi niña, despierta. El sol ya entra por la ventana y llama a tus párpados ¿Notas mis dedos en tu mejilla? La tienes húmeda, cariño. ¿Qué te ocurre?


…¿será tu voz que me llama?


martes, 19 de marzo de 2013

Una Obra Sin Acabar

Las lágrimas ruedan por los cristales, en carreras que no llevan a ninguna parte. El día hoy se ha vestido con mis sentimientos y explota en mi rabia y dolor. Está bien, porque así puedo darme un descanso y dejar de fingir que sonrío al mundo mientras ahogo mis gritos en la ducha; no, hoy puedo camuflarme con las nubes grises y hacerme una bola entre tus recuerdos, rememorando las pequeñas gotas de saliva de tu boca que aun puedan quedar en la mía, creyéndome que aún tu olor perdura en mi espalda. Parece que en los días de lluvia, truenos, relámpagos, nos permitiéramos la licencia poética de sentirnos libres respecto a los convencionalismos, no pedir perdón si nos chocamos con alguien en el metro ni tener que saludar a todos con una amplia, tensa y forzada sonrisa. No, hoy el mundo me da una tregua y llora por mí, sin nadie saberlo, para permitirme a mí descansar de esta ardua labor de (no) olvidarte. Hay mañanas en las que me levanto, intuyo los rayos del sol colándose por mi persiana, dibujando rayitas en mi (nuestra) pared y me hago la pequeña y efímera ilusión de que quizás, ese es el día de comenzar a (no) dejar de quererte. Supongo que intento hacer caso a todos los amigos que me dicen día tras día que tengo que seguir hacia delante; lo que ellos no saben es que yo siempre te llevaré conmigo. Sin embargo, no eres como una piedra, no eres un peso para mí, digamos que aun sólo queriéndote yo a ti, tú sigues haciendo mi día a día más liviano, porque si ni siquiera te amara como lo hago, no tendría ningún motivo para decirme, día a día, que sigo viva. Sí, seguiría comiendo, bebiendo, caminando, estudiando, escribiendo (te), respirando esto que llaman aire (aunque no oxígeno, porque eso siempre lo serás tú), pero no sentiría mi corazón latir, por mucho que anatómicamente supiera que ahí está, pom pom. No,digamos que tú eres ese noséqué del que los filósofos llevan milenios divagando, esa voluntad de sentido o, qué coño, mi puta razón, mi identidad.

He pensado en marcharme, sí, a una ciudad con otro olor, otras hojas de otoño, otro Madrid sin tu voz. Sí, sé que todo el mundo dice que aunque te marches, tus problemas se van contigo pero lo que quiero hacer entender es que tú no eres el problema, eres la solución. Y como he dicho: siempre vas a estar conmigo. Eres como un miembro fantasma. Lloro tu pérdida cada día, mis nervios siguen sintiendo tu tacto, tu sabor, tu dolor; sobre todo, tu dolor. Y te sigo necesitando, no hay prótesis que valga, no hay suficiente vodka que ahogue tu presencia. Tan sólo consigo ahogarme yo en fotografías, detalles, un soneto infinito en el que sigo buscando la rima disonante, esa palabra que te hizo no volver jamás, ese beso que no te di. Si quiero irme es porque mis (tus) calles se han convertido en una maldita carrera de obstáculos. Salgo de mi portal y a la izquierda no veo más que la esquina en la que, un día de lluvia como hoy, con las sudaderas empapadas, nos dimos aquél último beso, húmedo, salado, frío, ese "Hasta Mañana" en el que me quedé estancado, las 16:17 de mi parasiempre hoy; si sigo hacia delante, llego a nuestro banco, donde tantas tardes bebimos cerveza, risas de alcohólicos felices que no piensan en su hígado sino en su corazón; continúo y llego a la parada del metro, esa línea que siempre me llevaba hacia a ti; el olor a croissant recién hecho de la panadería que me hacía la boca agua cada mañana que iba a verte; si sigo por la calle, en cada escaparate nos veo reflejados, mirando embobados e ilusionados cualquier tontería, ajenos a que nuestra imagen se quedaría para siempre allí, congelada, como mi corazón; giro a la derecha, cruzo a lo loco la carretera y está nuestro parque... joder, por qué tuvimos que hacer todo (nada) nuestro.

¿Cómo puedo estar de duelo si nunca hubo despedida? Nunca lo hiciste real. Tal como apareciste, como un sueño que te asalta, que lleva y trae en vaivenes de algodón, sexo salado y palomitas de amor, te fuiste con los pantalones calados. Y me dejaste aquí, en esa lluvia permanente, en mi océano de desesperación particular. Já, cuánta metáfora. Cuánto embrollo. Cuántas palabras. La Poesía ya no existe, se fue corriendo detrás de ti. Qué cabrona, fue más lista que yo, supo ver la amargura en tus ojos grises, aquello que yo confundí con la típica melancolía del fumeta que escribe en servilletas de papel.

Ya ha dejado de llover, comienza a salir el sol. Otro vodka para la boca, comienza de nuevo la función.

sábado, 9 de febrero de 2013

Yo nunca seré tu Musa.

Contigo me siento como si estuviera permanentemente vigilada, acechada; yo la presa, tú el cazador infalible. Pero también es como nunca quisieras lanzarme la flecha, como si te gustara este juego eterno en el que tú vigilas todos mis movimientos, mis gestos, y yo sé que tú estás ahí, pero no puedo acercarme a ti porque no te encuentro, no te veo. Te vas, te alejas, pero siempre acabas volviendo.
Estamos en un bosque, un bosque de tinieblas, dudas, rencor. Un día fue Paraíso, pero lo llenaste de veneno con tu lengua bífida, como la serpiente del manzano. Y yo, como una tonta, te creí mi Adán y no sólo eso, sino que pensé que tú eras parte de mí, que de alguna forma, tú eras mi media naranja, mi medio alma, mi costilla, aquello que me completaba. Pero no era cierto, yo era parte de ti, yo te pertenecía y ahora las caricias que pueda recibir mi piel tan sólo tienen tu nombre, mis labios están sellados ante tu beso, mi nuca sólo se gira ante tu aliento. Mis dedos ya no tienen huellas dactilares, las he perdido de pasarme las noches palpando la cama, buscándote, perdiéndome. Te siento ahí, carcaj a la espalda, pero eres como una brisa que se desvanece en la oscura noche, como las estrellas que tililan en el negro cielo, como la piel de gallina que se me levanta con el frío del Invierno y desaparece al pensar que tú puedas volver.
Porque te fuiste, claro que te fuiste. Una persona como yo no podía retenerte; yo pensaba que sería aquella que por fin, de una vez, te llenara, que convertiría tus melancólicas elegías en sonetos de Shakespeare, tus suspiros asonantes estilo Baudelaire en Amor de Benedetti. Ingenua, inocente de mí por creerme tu Musa. Transfería a ti lo que tú me hacías sentir a mí: desde que te conocí, has inspirado todas y cada una de mis palabras, faltas de ortografía, firmas y tachones.

Cuando transcurre el día, puedo refugiarme en hábitos y tareas cotidianas. A veces, incluso, puedo mantener mi pluma a raya y no garabatear 'te echo de menos' en cada rincón de esa contaminada ciudad. Te sigo sintiendo como una presencia a mi espalda, observando todos y cada uno de mis movimientos, regulando mi conducta con normas no escritas, con miradas centelleantes, haciendo que nunca pueda alejarme del todo de ti, de tus objetos, de tus versos, de tus recuerdos. Aun así, consigo seguir adelante, caminar cual autómata, llegar viva al Mañana. Sin embargo, cuando cae la Noche, tu presencia se hace palpable: puedo saborearte, pegarme a tu sudor, amarrarme a tus costillas. El dolor me inunda y me paso la Oscuridad rajando folios de papeles que cortan como cuchillas, desgarrando mi alma en mil pedazos. No sabía que una persona pudiera esta dividida en tantas partes, y cada caída del Alba me sigo sorprendiendo a mí misma viendo cómo mi corazón se niega a seguir latiendo pero golpes en mi pecho de nostalgia, una imagen fugaz de ti y de mí en la ducha, lo reavivan a base de Dolor.
Eres la más perfecta y armoniosa tortura. Y quizás, quiera continuar así para siempre, porque doliéndome como lo haces, es mi única forma de poder aún sentirte de alguna forma.: dejándome llevar por cada mínimo detalle, rememorando cada minúsculo gesto tuyo, cada pequeña palabra; todo ello es mi forma de aún tenerte, de saber que tú y yo fuimos, que fue real, que no ha sido una invención mía. Y en mi historia, tú me querías y me dejaste porque.... No sé, a veces se me acaban las excusas. Pero estate tranquilo, siempre voy a encontrar la forma de seguir inventándonos. Sí, dueles muchísimo, pero mi agonía yo te (nos) hago perfecto (s). Y no sabes lo bello que es eso.

viernes, 1 de febrero de 2013

Sin nombre.


Ella no es de esa clase de personas. No, ella no se despeinaba, no bailaba sin los zapatos puestos, no se empapaba de sudor de cuerpos extraños ni provocaba elixires en otros labios. Sin embargo, ahí está ella, en mitad del amplio salón de la casa de verano, encima del sofá, copa en mano, el alma de la fiesta. Parece poderosa, ajena a los pequeños seres etílicos que la miran con ojos golosos desde abajo, regodeándose en cada detalle: la melena ondulada moviéndose sin cesar de un lado a otro, descubriendo a cachos su cuello y sus hombros; las uñas pintadas de negro agarrando con fuerza el vaso del que ya ha derramado más de la mitad; el ajustado vestido negro que se le ha subido hasta más allá de los muslos y, sobre todo, sus ojos, sus brillantes ojos y perdidos, a ratos abiertos, a ratos cerrados, dejándose llevar por una melodía que ni conocen.
No, así no se solía comportar ella. Ella era la cauta, la inteligente, la madura, la comedida, la que escribía poesía en bancos sobre amores torturados inconfesables, la que deseaba fervientemente que alguna vez la besaran bajo la luz de una farola como tantas veces había imaginado. Y contra todas expectativas y pronósticos, se había mudado de piel, se había alzado sobre unos relucientes zapatos negros de tacón y había decidido enterrar a aquella muchacha de ojos tiernos, melancólicos, risueños… aunque fuera por una noche. Quería cambiar de perspectiva, sentirse de un modo diferente al que acostumbraba, no sé, más grande, más libre de sus propios miedos, más dueña de su corazón.
Ella no tiene suficiente, es ambiciosa por una vez en su vida y esta noche, quiere tener el control. Coge de la mano al primero que sus vidriosos ojos consideran semiatractivo y lo dirige sin vacilar al piso de arriba. Él dice cosas, pero ella ya no escucha: hoy no quiere ni que le den lecciones ni creerse cuentos, no va a rendirse ante promesas ni ante mañanas. Así que lo tumba sobre la cama y le besa el cuello con ansia; sus manos buscan deshacer el cierre del cinturón, su lengua dibuja el camino de la vida y, de pronto, se topa con sus ojos: negros, tremendamente oscuros, llenos de deseo y ambrosía pero, sobre todo, de vacuidad. Ella se reconoce a sí misma en ellos, llena de pasión y sentimientos, con una esencia robada.
Ella se aleja corriendo, descalza, baja las escaleras y se dirige tambaleante hacia el jardín; se aleja del ruido de la fiesta, de las risas, de los recuerdos. Corre, no deja de correr, pero es incapaz de huir de su propio pasado, de las huellas dactilares tatuadas en su piel, de todos los “te quiero” no dichos que tiene posados sobre los labios.
Vomita, vomita todo lo que lo ama y lo que lo odia, literalmente, junto a un árbol de hoja caduca. Escribir antes solía ser su forma de sacar la basura de su interior, pero esta vez ella necesitaba algo más fuerte. ¿El motivo? Porque siempre hay un motivo, normalmente nada filosófico, sino que viene de la carne, desde las entrañas más profundas.
Esa misma mañana, en el rastrillo de cosas viejas que ella adoraba, lo había visto, a Él su antigüedad más anhelada. Él iba con otra ella, pareciéndose entonces ella a sí misma una cualquiera. Hacía un año era ella la que estaba ahí, junto a él, enseñándole miniaturas de hojalata y rodeándole el brazo con cariño. Y él reía, de la misma forma que lo hacía ahora con la otra ella. Ella había sido fácilmente sustituible, como un juguete roto al que se le ha acabado la pila. Ella ya no era “ella”, la musa, el amor de su vida, esas cuatro palabras tan perfectamente formadas en los labios de él; habían sido también sustituidas esas cuatro letras por otras nuevas mucho más acordes aunque, irónicamente, del mismo número: Nada. Ella fue amor, ella es nada.
Ella se seca con el dorso de la mano las babas de la boca, alejándose dos o tres pasos, se sienta derrotada sobre el frío y húmedo césped. Sola, ella está sola, pero ha sido ella quien ha salido corriendo, quien ha dejado todo atrás. Como hace unos meses dejó de lago a sus amigos, encerrándose en sus poemas, alimentándose de sus desdichas, bebiéndose sus lágrimas.
Ella, ¿quién era ella? Sabía quién había sido, la chica torpe de ojos azules miedosos, rara en sus costumbres, la amiga veinticuatro horas de todos los demás menos de ella misma, la cuidadosa, la enamoradiza, la de la libreta negra bajo el brazo. ¿Y ahora? ¿Ahora qué? ¿Se lo había podido llevar él todo?
Ya está bien, ni una lágrima más, ni un solo verso con sus sílabas, ni una gota de su pluma con su firma. Ella es mucho más que todas las palabras de amor que construyó sólo para él y que fueron arrojadas por la borda. Ella puede amarse mucho más de lo que él demostró que podía ser amada. Ella es única e irrepetible.
Ella ahora tiene sueño, la hierba le canta nanas.
Ella mañana por fin tendrá nombre.
Ella volverá sentir.
Mañana, Ella, será otro día.

jueves, 10 de enero de 2013

La última carta.


La luz de la vela tililó por un segundo encima del escritorio, como si un alma en pena la hubiera rozado, envolviendo su aura de tenebrosidad y penumbra.  La habitación estaba cargada de una sensación sobrecogedora, casi muerta, pero con una minúscula vida en su interior. La última carta escrita a mano, tinta negra emborronada por lágrimas saladas, yacía en el tablero, con la llama a su vera tornándola de sinestralidad, ternura y tristeza. Curiosamente, su simple imagen reflejaba perfectamente su contenido. Una pequeña figura se encontraba encogida de la cama, en la oscuridad, mirando fijamente al vacío. No era un vacío físico, por supuesto, la estancia estaba más que atiborrada de objetos, libros y demás enseres, sino a su propio vacío interior. No podía dormir, al cerrar los ojos un temor indescriptible la acongojaba, dejándole sin aliento; temía no despertar, sumirse en la más profunda oscuridad, desaparecer como su amor lo había hecho. Era incapaz de sentarse y sentirse a solas con su tristeza, sumida en las tinieblas del agujero negro que se estaba formando ahí, en medio de su corazón, perforándole el alma. Así que también era incapaz de estar en una habitación sin una pizca de luz. Era cuanto menos una actitud infantil, que el simple temblor de una vela la aliviara en tal forma, pero así era, así lo necesitaba; buscaba cualquier resquicio de calor, de esperanza, algo a lo cual aferrarse para mantenerse con vida, anclada a este mundo, sin rendirse ante sus más oscuros deseos que la empujaban a abandonar, a claudicar, a decirse adiós para siempre.
La carta. Apenas podía mirarla de reojo, así que ahí se había quedado, encima de la mesa, como un animal herido y abandonado. Quizás por eso había colocado la pequeña fuente de calor precisamente a su lado, de alguna forma, para pedirle perdón, para abrigarle y darle cobijo, ese abrazo que ella ahora no podía dar. La carta la había destrozado por completo pero, al mismo tiempo, era su único recuerdo palpable, las últimas palabras que él le había dedicado, la última vez que él había pensado en ella. Pero Elisa no podía dejar de pensar en él, su mente volvía una y otra vez a cada detalle, repasando, rememorando, intentando aprender una lección que no encontraba por ningún lado. Al final había llegado a la simple conclusión de que hay cosas que escapan a nuestro control, lo cual la eximía de una gran responsabilidad, permitiéndole un momento de alivio momentáneo. Pero sí así era, entonces era incapaz de encontrar una moraleja, de empezar de nuevo, todo había parecido dispuesto ante ella como por azar y ahora tenía en sus manos los dados y no podía empezar la jugada. Un simple trozo de papel se había filtrado en ella, cortándola en dos mitades de forma afilada, cruel, casi quirúrgica; una parte se había marchado, quizás como espíritu errante, la otra, se mantenía sobre su cama abrazándose las piernas como una niña pequeña.
Finalmente, decidió aventurarse entre la penumbra que envolvía la madrugada hacia la ventana. Apoyó el rostro contra el frío cristal, sintiéndose por un momento más viva al contacto con él, y contempló el paisaje. Era trémulo cuando menos. La luna esa noche había inundado el campo lleno de flores y rastrojos con un tinte plateado pálido, casi gélido, precioso pero sobrenatural. No era real, no lo parecía. Ahí estaba la prueba de que todo era una pesadilla, la carta no era una despedida, él no había desaparecido para siempre; pero el dolor crepitante de su pecho le devolvió a la realidad. Las amapolas habían florecido recientemente, de modo que la noche contenía también los matices granates de sus hojas, como un mano cubriéndolo todo con delicadeza. Elisa también quería que alguien la arropara, como solía él hacer con sus firmes brazos, rodeándola con delicadeza y fortaleza, como si ella hubiera sido un pajarillo apunto de escapar al que había que amaestrar. Quizás había sido así. Cuando él la conoció, ella era un alma libre y pura y poco a poco, Elisa se había ido acomodando a él, aceptando cada vez más y más, asimilando y tragando, construyéndose su propia jaula con las manos de él. Y ahora que ya se había acostumbrado, ahora que ya no podía vivir sin él, ahora que estaba cómoda en su nueva condición, él la arrojaba de nuevo al mundo, a la nada, a la soledad, a la incertidumbre. Era cuanto menos, cruel.
Elisa se dio la vuelta y contempló la misiva. Era hermosa a su manera, con la caligrafía con un patrón caótico pero al mismo tiempo, bello. Un poco como él, con su pelo siempre revuelto y las manos manchadas de tinta azul y negra; y sus brillantes ojos observándola, en cada rincón, anotando en su libreta cada mínimo pensamiento que Elisa le inspiraba. Sí, él solía decir que ella era su musa, pero era terrorífico que de hecho lo hubiera sido hasta el final. Sí, la carta era su pedazo de él, aquello que aún permanecía, pero le parecía oscuro y siniestro que hubiera tenido que pensar en ella justo al final. Ella no quería verse como una nota a pie de página, como la moraleja de una vida. No, ella quería ser el comienzo, el desarrollo más bonito, erótico y bonito jamás escrito, una historia de amor viva, real, colorida, llena de adjetivos y figuras retóricas. Elisa no quería ser la despedida.
Eran las dos de la mañana cuando Elisa llegó a casa. Había estado en casa de sus padres cenando y el asunto se había alargado considerablemente. Cuando por fin abrió la puerta, no le extrañó la oscuridad que reinaba la casa: él debía de estar durmiendo. Así que se dirigió a su cuarto y comenzó a quitarse la ropa sin prestar demasiada atención a su alrededor. Sin embargo, de pronto, un escalofrío le sobrevino, como un aire espectral envolviéndola, como unas palabras susurradas a sus oídos, apenas audibles. Y por fin, lo vio. Había utilizado el ventilador del techo para colgarse. Elisa quiso gritar, voz muda en su garganta, ahogada, comiéndola. Sus ojos inundados no la dejaban ver. Corrió a tientas hasta él, pero no se atrevió a tocarle. Y entonces, vio la carta, sus motivos, su despedida. Él convertido en papel, cenizas y papel.