viernes, 28 de diciembre de 2012

Ven, joder.


Joder, ven. Ven a mí. Dame órdenes, ponme a tono, ponme contra la pared o encima de la mesa. Ponme, ponme, ponme… que no hace falta ni que me toques, que tu simple mirada hace que nazcan en mí oscuros deseos, que me tomen los innatos impulsos animales que me llevan a desgarrarte con mis dientes, con mis manos, el pantalón y el alma.
Ven, atraviésame con tu misil. Explosióname, hazme estallar en miles de millones de estrellas fugaces. Dame de beber y de comer, pero nunca me sacies. Porque no puedes, porque yo SIEMPRE voy a querer más, tengo un hambre de ti incesante. Tengo hambre de mi hombre, sed de tu sudor, necesidad desesperada de tus caricias y de tus uñas tatuándome el amor y la pasión en la espalda y en los glúteos. Muérdeme, déjame marcada, úsame y dame la vuelta a tu antojo. Tápame la boca para que yo pueda lamerla y así te des cuenta de que mis gritos, no se pueden tapar.
Y cuando llegue al clímax, cuando tú estés a punto de derrumbarte sobre mí, cuando tu leche asome la primera gota antes de ser derramada…mírame. Clávame tus ojos en mi amor descontrolado; crearemos un filo hilo, apenas perceptible pero indestructible. Es la conexión de quienes se follan como desconocidos amándose como los protagonistas de Romeo y Julieta o Cumbres Borrascosas. Ellos se unieron en fatal destino y muerte pura y amor no concluido, mientras que nosotros lo hemos dotado de vida, la más verdadera vida que nunca pueda haber, la vida desnuda como nuestros cuerpos, con las más oscuras y bajas pasiones y los más elevados y celestiales sentimientos. Y entonces, se cambiarán las tornas: nos haremos el amor como quinceañeros de la aristocracia francesa del siglo XVIII, de forma sutil, tímida, inocente, poco sabia… y nos charlaremos, nos contaremos, nos reiremos como colegas con su ron-cola en un bar jugando al billar.
Y vuelta a empezar. Porque somos la perfecta combinación de todos los “te amo” que nos decimos y que llevo cosidos a mis muñecas y de todas las marcas de los dientes que escondo en mi cuello. Somos un todo en muchos fragmentos que se entremezclan, se entrelazan, se lamen y se separan, pero nunca del todo. Eres perfecto en todas tus facetas, en todas tus gotas de saliva que quiero que formen océano en el pozo de mi ombligo; en todos los ataques de risa que nos entran desnudos en la cama, sin importar el frío que haga fuera; eres único en todo.
Dios, ven aquí de una vez.


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