martes, 13 de enero de 2015

Sombra.

El helado viento me da de lleno en el rostro, cortante y seco, como un látigo, mientras los rayos del sol esbozan siluetas en mi pelo y me desvuelven algo de calor.  Opuestos que se integran para conformar una sola sensación. Odio el frío, nunca me ha gustado y menos, tener que hacer recados y vida diaria con él. Camino por el boulevard con paso agitado, como si tuviera prisa por llegar a algún lago o huyera de alguien. Pero de tu propia sombra no te puedes desprender.

Observo a los demás en sus quehaceres: desconocidos que se besan, desconocidos que trabajan, desconocidos que lloran, que sueñan, que miran, que ignoran. Y otra desconocida que me acompaña. Historias detrás de cada uno de ellos, piedras a su espalda. A veces, me gustaría colarme en las casas de los demás, como en Cuento de Navidad, empaparme de su atmósfera y ver si tienen algo que enseñarme, descubrir los secretos de su corazón. Somos océanos, cada uno de nosotros, profundos y vastos, bellos y aterradores, en calma y en tormenta.

Mis pensamientos me atontan y no vigilo mis pies. Me tropiezo conmigo misma y con la esperanza de verte por aquí; te siento como el aire, cada vez que respiro.

Sola, tengo que estar sola. Pero estar sola significa estar conmigo misma, con todo lo que pude haber sido y con todo lo que creo me gustaría ser. Mi alma es como un cuadro de Monet: según lo miras, cambia, muta, se transforma; puede ser la armonía perfecta de colores y luz o tan sólo manchas enmarañadas, sin sentido, irreproducible caos. Mis yoes y yo y la imagen de lo que no fui.  ¿Cómo puede doler algo que ni siquiera existe? ¿que jamás lo hizo? A veces es peor lo que nos imaginamos que la propia realidad. "¿Y si...?" Cargamos miles de millones de posibilidades sobre nuestros hombros.

La risa de un niño me saca de mi ensimismamiento; juega en el parque, manos sucias y alma limpia. ¿En qué momento se trunca todo? Personas, muchas, demasiadas. Imagino sus historias: quienes son felices a pesar de haber perdido a un padre, quienes no lo son aun teniéndolo todo, quienes lo serán siempre sin importar lo que pasen, quienes no lo podrás ser jamás.

Efluvios de alguna cocina llegan a mí, olor a manos callosas, a pequeños detalles de cada uno. El característico sonido del afilador en la calle contigua, el camarero con la mano fría de la bayeta húmeda, el trajeado con cara de angustia, las jovencitas que hablan demasiado alto.

Y yo, sola. No triste, sólo decepcionada. Me tengo a mí, a mis alas, a mis ojos y mis manos. Tengo las pinturas y el lienzo. Tener, tener, tener... ¿y cuándo ser? Mi imagen especular me acompaña como un reflejo distorsionado en el agua. Aquello que no existe pero es real, todos tus pensamientos que podrían ser voces de otros, todos tus monstruos. Están ahí. como el dolor del miembro fantasma.

Atravieso una zona arbolada, parece que las ramas me amenazasen a mi paso, como un madre advirtiéndote: "ten cuidado". Hojas que susurran que estás viva y que eso es lo que cuenta. Y hagamos que cuente. El calor de una sonrisa que me espera al otro lado,unos brazos donde guarecerme, una cueva hecha alma. Y ahí estoy yo, esperándome, recogiendo mis pedazos y recordándome el camino que me dicta el corazón.

Y salgo a la luz, a la claridad del cielo despejado, sin sombras. Ahí está mi casa porque mi hogar esta donde yo quiera, existirá cuando me sienta libre y me despoje de los miedos. Miedos que tengo clavados como astillas pero que me quitaré uno por uno y yo sola lameré mis heridas, yo sola me querré y yo sola me cuidaré. No me pidas nada si ves que no puedo dármelo ni a mí misma, no me fuerces porque lo intentaré, porque yo soy así, doy hasta quedarme seca. Y no es justo. Soy una flor y me tengo que cuidar, demasiados pétalos he arrancado ya para ver si por fin salía "sí", hasta que me he percatado de que mis contradicciones y mis posibilidades son sólo mías, sólo para mí, que yo sola cargo con ellas y sólo yo las cuida y aguanta. Y me tienes que aceptar así.

Subo las escaleras y entro por fin: nadie. Y por primera vez, no me importa. Me desnudo en el rellano dejando las prendas resbalar por mi cuerpo, cayendo como la lluvia por mi rostro. Me miro al espejo como una sola piel, como una única y frágil existencia. Atravieso la casa y salgo al patio: los grados congelándome, el viento haciéndome suya. Pero yo soy mía y de nadie más. Y me acaricio, me doy calor, recorro cada centímetro de mí y me dejo llevar por cada diminuta sensación y la explosiono en mi interior. Que mi voz se alce lejos, que mis orgasmos retumben en los oídos y en el pecho de los prejuicios de toda esta ciudad, que mi elixir me devuelva la vida. Y me convierto en fuego y ya nada puede dañarme; mis mágicas manos haciendo Big Bang, mi alma cabalgando entra jadeos.  Etérea, me siento volar, caer, caer, caer hasta el centro de la gravedad, hasta el origen de los sueños, hasta el principio de mi final. Y aparece mi sombra y me hace el amor como sólo mis más oscuros pensamientos conocen; unimos la vida y la muerte y nos rendimos a nuestro destino, nos derramamos y empapamos la tierra con nuestra saliva.

Y de repente, despierto.

Nadie me acompaña en esta noche, pero no me hace falta para volver mis sueños realidad. O mis pesadillas.
La ausencia al otro lado como una amputación, incompleta por haber partido mi esencia en dos. Nunca más. Jamás.

Voy a deshacer en esta cama todas las veces que me hice otra.

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