jueves, 8 de enero de 2015

Dragón.

Me creía mariposa, alas abiertas, pura y cándida. Me creí mecerme por el viento de tus susurros en las oscuras y frías noches, creí guarecerme bajo el manto de estrellas de tus ojos. Pensé que si me plegaba y me hacía pequeña, podrías guardarme entre tus manos para siempre y protegerme, acunarme, cuidarme y hacerme sentir calor. Un calor asfixiante, vaho nublándome la vista, fuego ardiendo en mi interior. Mis brillantes ojos en la oscuridad buscando un resquicio para respirar.

Y me convertí en dragón.

Fui haciéndome cada vez más grande, mis ansias de volar insoportables. La levedad de mi ser encerrada, corriendo por mis vengas como sangre en llamas, quemándome las pesadillas y sucumbiéndome al infierno de una celda. Mi fuego consumiendo los barrotes, ardiendo en mi alma. Mi boca abierta, en súplica, intentando no hacerte daño con lo que rugía en mi garganta.


Tú como hielo de agua estancada. Una daga en mi estómago, clavándome reproches y nostalgias, atravesando mi pecho en dos. Tus palabras en mi nuca, acechándome, hacían mis escamas erizarse como defensa. Pero a tu tacto, se volvían suaves y dóciles, como una niña a la que han regañado por no abrocharse bien los zapatos. Mis garras encogidas suplicando tu comprensión en silencio, mendigas a la puerta de una iglesia. Tu granizo atropellando mis pensamientos y mis deseos, torrentes de agua salada que sólo me dejaban un atisbo de esperanza al final, cuando crees que lo has perdido todo y por fin, das la última bocanada de aire antes de volver a sumergirte.

Y de repente, calma. Fuego y hielo unidos como eternos amantes en el firmamento, como la distancia justa del Sol a la Tierra, como dos cometas tililando en la Vía Láctea. Mis alas plegadas, tu sonrisa esperándome. Danzamos como dos gotas de lluvia que ven por primera vez el cielo, como dos niños jugando a ser etéreos; fuimos el yin y el yan perfecto, opuestos y equilibrados en el ardor por complacer al otro. Y así, en reverencias, mi espalda se fue arqueando hacia ti, hacia tus exigencias; tus palabras de amor me acariciaban la cabeza, consolaban mi dolorido orgullo y las heridas que se iban acumulando como latigazos en mi cerebro. Zas, zas, zas. Tus labios lamiendo mi sangre  que salía a borbotones, deseando escapar de su prisionero cuerpo, avergonzándose de él. Las escamas cayendo, huyendo con los cánticos de los pájaros y mis alas, mis pobres alas, como ángel caído y tú justiciero, precio por ellas y mi cabeza.

Pero el fuego es fuego y el dragón es sólo alma. Y al dragón, no le daña el fuego.
Mi corazón es mi templo y mis llamas me redimen. Me alzan como reina del cielo, doncella de la noche capaz de poner luz en la oscuridad más negra. 
Y surcaré de nuevo las nubes.
Y secaré de nuevo las yemas de tus dedos.
Y sangraré vida a este yermo suelo.
Y seré anacoreta de mí misma, presa sólo de mis miedos.
Y volaré fuerte, tan fuerte que el viento sólo seguirá mis órdenes.
Porque hay fuegos que no pueden apagarse.
Hay almas, que no mueren nunca.
Hay cuevas que son valles y montañas que son planetas. Hay ojos que miran sin ver y oídos que lo sienten todo. 
Donde van a morir los ángeles.
Donde nacen la esperanza y el odio.
Donde duermen el amor y la ira.
Vaya adonde vaya, el Dragón cabalga.

Arderéis en llamas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario