jueves, 1 de enero de 2015

Ave fénix.

Tatúame tus desesperadas promesas
en mi espalda
con tus uñas.
Sella el pacto
de que no haya reglas
con un gemido al oído.
Rebosas lágrimas y sinceridad,
me dices lo primero que piensas,
hazme todo lo que quieras.

Pero hazlo, no me lo cuentes.
házmelo,
aquí y ahora.

Y vuela,
vete,
no soy candado.

Tranquilo, no hables, no hace falta:
tengo tus mordiscos clavados en mi garganta.
Tu sombra se queda conmigo,
tus dedos jugando dentro de mí,
tu sudor atravesado en mi piel,
el agua de tus ojos
el fuego de tu boca.

Me quemas.
Me sacias.
No, jamás,
no me saciaré de ti.
De tus dudas,
tus palabras malsonantes,
tus impulsos,
tus "fóllame con ganas",
tus intentos por controlarte,
tu vida haciendo y deshaciendo a tu antojo.
Y haciéndome entre tus huellas,
deshaciéndome entre tus labios.

Bébeme.

Me faltan manos
para todo lo que quiero arañarte.
Se me va la voz,
se me nubla la mirada.
Eres fuego y quemas.
Eres hielo y calmas.

Vuelve a decirme "quédate"
y esta vez seré yo quien se marche:
los pájaros no están hechos para jaulas.

Tú, ave fénix, al fuego entre mis piernas
te haces cenizas
te derramas
y renaces
gritas
último suspiro...


y vuelas.

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