martes, 19 de marzo de 2013

Una Obra Sin Acabar

Las lágrimas ruedan por los cristales, en carreras que no llevan a ninguna parte. El día hoy se ha vestido con mis sentimientos y explota en mi rabia y dolor. Está bien, porque así puedo darme un descanso y dejar de fingir que sonrío al mundo mientras ahogo mis gritos en la ducha; no, hoy puedo camuflarme con las nubes grises y hacerme una bola entre tus recuerdos, rememorando las pequeñas gotas de saliva de tu boca que aun puedan quedar en la mía, creyéndome que aún tu olor perdura en mi espalda. Parece que en los días de lluvia, truenos, relámpagos, nos permitiéramos la licencia poética de sentirnos libres respecto a los convencionalismos, no pedir perdón si nos chocamos con alguien en el metro ni tener que saludar a todos con una amplia, tensa y forzada sonrisa. No, hoy el mundo me da una tregua y llora por mí, sin nadie saberlo, para permitirme a mí descansar de esta ardua labor de (no) olvidarte. Hay mañanas en las que me levanto, intuyo los rayos del sol colándose por mi persiana, dibujando rayitas en mi (nuestra) pared y me hago la pequeña y efímera ilusión de que quizás, ese es el día de comenzar a (no) dejar de quererte. Supongo que intento hacer caso a todos los amigos que me dicen día tras día que tengo que seguir hacia delante; lo que ellos no saben es que yo siempre te llevaré conmigo. Sin embargo, no eres como una piedra, no eres un peso para mí, digamos que aun sólo queriéndote yo a ti, tú sigues haciendo mi día a día más liviano, porque si ni siquiera te amara como lo hago, no tendría ningún motivo para decirme, día a día, que sigo viva. Sí, seguiría comiendo, bebiendo, caminando, estudiando, escribiendo (te), respirando esto que llaman aire (aunque no oxígeno, porque eso siempre lo serás tú), pero no sentiría mi corazón latir, por mucho que anatómicamente supiera que ahí está, pom pom. No,digamos que tú eres ese noséqué del que los filósofos llevan milenios divagando, esa voluntad de sentido o, qué coño, mi puta razón, mi identidad.

He pensado en marcharme, sí, a una ciudad con otro olor, otras hojas de otoño, otro Madrid sin tu voz. Sí, sé que todo el mundo dice que aunque te marches, tus problemas se van contigo pero lo que quiero hacer entender es que tú no eres el problema, eres la solución. Y como he dicho: siempre vas a estar conmigo. Eres como un miembro fantasma. Lloro tu pérdida cada día, mis nervios siguen sintiendo tu tacto, tu sabor, tu dolor; sobre todo, tu dolor. Y te sigo necesitando, no hay prótesis que valga, no hay suficiente vodka que ahogue tu presencia. Tan sólo consigo ahogarme yo en fotografías, detalles, un soneto infinito en el que sigo buscando la rima disonante, esa palabra que te hizo no volver jamás, ese beso que no te di. Si quiero irme es porque mis (tus) calles se han convertido en una maldita carrera de obstáculos. Salgo de mi portal y a la izquierda no veo más que la esquina en la que, un día de lluvia como hoy, con las sudaderas empapadas, nos dimos aquél último beso, húmedo, salado, frío, ese "Hasta Mañana" en el que me quedé estancado, las 16:17 de mi parasiempre hoy; si sigo hacia delante, llego a nuestro banco, donde tantas tardes bebimos cerveza, risas de alcohólicos felices que no piensan en su hígado sino en su corazón; continúo y llego a la parada del metro, esa línea que siempre me llevaba hacia a ti; el olor a croissant recién hecho de la panadería que me hacía la boca agua cada mañana que iba a verte; si sigo por la calle, en cada escaparate nos veo reflejados, mirando embobados e ilusionados cualquier tontería, ajenos a que nuestra imagen se quedaría para siempre allí, congelada, como mi corazón; giro a la derecha, cruzo a lo loco la carretera y está nuestro parque... joder, por qué tuvimos que hacer todo (nada) nuestro.

¿Cómo puedo estar de duelo si nunca hubo despedida? Nunca lo hiciste real. Tal como apareciste, como un sueño que te asalta, que lleva y trae en vaivenes de algodón, sexo salado y palomitas de amor, te fuiste con los pantalones calados. Y me dejaste aquí, en esa lluvia permanente, en mi océano de desesperación particular. Já, cuánta metáfora. Cuánto embrollo. Cuántas palabras. La Poesía ya no existe, se fue corriendo detrás de ti. Qué cabrona, fue más lista que yo, supo ver la amargura en tus ojos grises, aquello que yo confundí con la típica melancolía del fumeta que escribe en servilletas de papel.

Ya ha dejado de llover, comienza a salir el sol. Otro vodka para la boca, comienza de nuevo la función.

No hay comentarios:

Publicar un comentario