sábado, 9 de febrero de 2013

Yo nunca seré tu Musa.

Contigo me siento como si estuviera permanentemente vigilada, acechada; yo la presa, tú el cazador infalible. Pero también es como nunca quisieras lanzarme la flecha, como si te gustara este juego eterno en el que tú vigilas todos mis movimientos, mis gestos, y yo sé que tú estás ahí, pero no puedo acercarme a ti porque no te encuentro, no te veo. Te vas, te alejas, pero siempre acabas volviendo.
Estamos en un bosque, un bosque de tinieblas, dudas, rencor. Un día fue Paraíso, pero lo llenaste de veneno con tu lengua bífida, como la serpiente del manzano. Y yo, como una tonta, te creí mi Adán y no sólo eso, sino que pensé que tú eras parte de mí, que de alguna forma, tú eras mi media naranja, mi medio alma, mi costilla, aquello que me completaba. Pero no era cierto, yo era parte de ti, yo te pertenecía y ahora las caricias que pueda recibir mi piel tan sólo tienen tu nombre, mis labios están sellados ante tu beso, mi nuca sólo se gira ante tu aliento. Mis dedos ya no tienen huellas dactilares, las he perdido de pasarme las noches palpando la cama, buscándote, perdiéndome. Te siento ahí, carcaj a la espalda, pero eres como una brisa que se desvanece en la oscura noche, como las estrellas que tililan en el negro cielo, como la piel de gallina que se me levanta con el frío del Invierno y desaparece al pensar que tú puedas volver.
Porque te fuiste, claro que te fuiste. Una persona como yo no podía retenerte; yo pensaba que sería aquella que por fin, de una vez, te llenara, que convertiría tus melancólicas elegías en sonetos de Shakespeare, tus suspiros asonantes estilo Baudelaire en Amor de Benedetti. Ingenua, inocente de mí por creerme tu Musa. Transfería a ti lo que tú me hacías sentir a mí: desde que te conocí, has inspirado todas y cada una de mis palabras, faltas de ortografía, firmas y tachones.

Cuando transcurre el día, puedo refugiarme en hábitos y tareas cotidianas. A veces, incluso, puedo mantener mi pluma a raya y no garabatear 'te echo de menos' en cada rincón de esa contaminada ciudad. Te sigo sintiendo como una presencia a mi espalda, observando todos y cada uno de mis movimientos, regulando mi conducta con normas no escritas, con miradas centelleantes, haciendo que nunca pueda alejarme del todo de ti, de tus objetos, de tus versos, de tus recuerdos. Aun así, consigo seguir adelante, caminar cual autómata, llegar viva al Mañana. Sin embargo, cuando cae la Noche, tu presencia se hace palpable: puedo saborearte, pegarme a tu sudor, amarrarme a tus costillas. El dolor me inunda y me paso la Oscuridad rajando folios de papeles que cortan como cuchillas, desgarrando mi alma en mil pedazos. No sabía que una persona pudiera esta dividida en tantas partes, y cada caída del Alba me sigo sorprendiendo a mí misma viendo cómo mi corazón se niega a seguir latiendo pero golpes en mi pecho de nostalgia, una imagen fugaz de ti y de mí en la ducha, lo reavivan a base de Dolor.
Eres la más perfecta y armoniosa tortura. Y quizás, quiera continuar así para siempre, porque doliéndome como lo haces, es mi única forma de poder aún sentirte de alguna forma.: dejándome llevar por cada mínimo detalle, rememorando cada minúsculo gesto tuyo, cada pequeña palabra; todo ello es mi forma de aún tenerte, de saber que tú y yo fuimos, que fue real, que no ha sido una invención mía. Y en mi historia, tú me querías y me dejaste porque.... No sé, a veces se me acaban las excusas. Pero estate tranquilo, siempre voy a encontrar la forma de seguir inventándonos. Sí, dueles muchísimo, pero mi agonía yo te (nos) hago perfecto (s). Y no sabes lo bello que es eso.

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